martes, 19 de septiembre de 2017

Mensaje



15° Domingo de Pentecostés – 17 de Septiembre de 2017

Leemos: Mateo 18:21-35

El texto del Evangelio de hoy es la continuación del pasaje del Domingo pasado. El texto hablaba de las instancias de reconciliación en el ámbito de la comunidad de seguidores y seguidoras de Jesús.
En ese contexto Pedro pregunta por la cantidad de veces que hay que perdonar. Y pregunta si hay que perdonar hasta siete veces. En el libro de Amós se menciona ocho veces que se perdonará tres veces, pero la carta vez no. En la misma línea el Talmud Babilónico da cuenta de las discusiones de los rabinos sobre la cantidad de veces que hay que perdonar y postula tres veces. Por ende, Pedro tiene una mirada superadora sobre este tema. El número siete tiene mucho significado para el pueblo judío, implica integridad, completo, totalidad, etc. Es interesante que haciendo Pedro un planteo tan superador de la tradición, se queda tan “corto” en comparación al planteo de Jesús. Jesús dice “setenta veces siete” (490) tenés que perdonar al hermano/a que peca contra vos.
Si el número siete de Pedro implicaba integridad, completo, totalidad, la propuesta de Jesús no tiene límites, es ampliamente superadora.
Para fijar esta enseñanza Jesús cuenta la parábola del siervo que no quiso perdonar. Un rey tenía un siervo que le debía una cantidad enorme de dinero, algo así como el sueldo de quince años de trabajo. Como este siervo no le pagaba, el Rey fue contra él, contra su mujer, sus hijos y sus bienes, para cobrarse la deuda. Este siervo le pidió paciencia al rey, que tuvo misericordia y le perdonó (toda) la deuda. Al salir el siervo se encuentra con un consiervo que le debía una pequeña cantidad de dinero –sobre todo, pequeña en comparación con la suma que el rey le acababa de perdonar- y lo empieza a presionar para que le pagara esa deuda. Este siervo, pide paciencia (usando las mismas palabras que el otro siervo con el rey) pero no le concede su pedido, sino que lo envía a la cárcel. Los otros consiervos al ver la situación, le van a contar lo sucedido al rey, que llamando al siervo al que le perdonó la deuda, le recrimina su accionar injusto y lo termina enviando a los verdugos.
No hay duda alguna en que la propuesta de Jesús es que quienes lo sigan sean personas que sepan perdonar. Los cristianos y cristianas somos deudores del amoroso y enorme perdón de Dios. Y ese perdón gratuito que hemos recibido, nos debe guiar a ser agentes de perdón.

Ahora bien, algunas personas leen de forma literal este pasaje, entendiendo que el “perdonar setenta veces siete” es una ley bíblica general. De esta manera, postulan que siempre hay que perdonar, no importa qué, no importa cuánto, no importa cómo, no importa el tipo de pecado, quien sigue a Jesús siempre debe perdonar. Todo lo debe perdonar.
Esa manera de leer el texto bíblico sacándolo de contexto deforma su enseñanza original. No podemos olvidar livianamente que el perdonar “setenta veces siete” tiene que ver con las instancias de reconciliación en la comunidad de seguidores y seguidoras de Jesús. No es una enseñanza general, una regla de oro.
Este contexto de reconciliación nos ayuda a interpretar de qué manera debemos perdonar setenta veces siete. Cuando alguien peca contra nosotros y existe la instancia en la que vamos y planteamos la situación que nos ha causado daño o nos ha perjudicado; Confrontando al pecador para que de cuenta de su accionar y vea las consecuencias de sus actos. Si no quiere escuchar o no entiende, se avanza con el proceso de reconciliación buscando ir con otros hermanos que ayuden para esto.
¡Qué lejos queda, entonces, el perdonar “setenta veces siete” de perdonar cualquier cosa!
Vivimos en una sociedad atravesada por los conflictos y los enfrentamientos. Hay personas que guardan rencor hacia otras personas por diferentes motivos. Presenciamos -y en algunas oportunidades vivenciamos- altos niveles de enojo y aspereza. En la misma línea, vemos diferentes tipos de violencia. La relación entre los diferentes grupos sociales es básicamente injusta. Vemos a diario conductas y actitudes destructivas.
Y es en medio de esta sociedad en la que nos toca vivir que tenemos que obrar y dar testimonio. No se trata de perdonar cualquier cosa a cualquier precio.
Solo habrá paz, cuando exista el perdón. Sólo habrá perdón, cuando haya reconciliación. Sobra habrá reconciliación cuando haya justicia. Sólo habrá justicia cuando salga a la luz la verdad.
Quiera Dios, que no desvirtuemos el Evangelio con prácticas o consejos basados en una mala lectura bíblica, que aleja al texto de su mundo y contexto.
Quiera Dios también,  que podamos ser agentes de perdón y reconciliación, buscadores de justicia y de verdad, en una sociedad que necesita tanto.

P. Maximiliano A. Heusser
Córdoba, Argentina.

viernes, 24 de marzo de 2017

¡Nunca Más!




Cada 24 de Marzo, Día Nacional de la Memoria, la Verdad y a Justicia, se instala la temática de Derechos Humanos y su vulneración en la última dictadura argentina.
Nuestra Iglesia Evangélica Metodista Argentina ha sido parte desde un primer momento de la Defensa de los Derechos Humanos. Como contó en tantas oportunidades Federico Pagura, al consultarle al entonces Obispo Carlos T. Gattinoni qué hacer con los refugiados chilenos que llegaban a la ciudad de Mendoza, éste le había dicho que siguiera ayudando a estos hermanos que necesitaban nuestra ayuda y solidaridad cristiana.
Fue así que en plena dictadura militar, nuestra Iglesia Metodista, y distintos hermanos laicos y laicas, participaron la de fundación de Organismos de Derechos Humanos, como lo son el MEDH (Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos) y la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos).
Al llegar la democracia, el Presidente Raúl Alfonsín decide conformar la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) solicitándole al Obispo Carlos T. Gattinoni, que formara parte de la misma. Esa Comisión, presidida por el escritor Ernesto Sábato, entregó el informe titulado con aquella paradigmática frase que perdura en las consignas hoy todavía presentes: “Nunca Más”.
Desde aquél entonces, el metodismo en Argentina, junto a otras Iglesias Protestantes del país, hemos sostenido este reclamo en la búsqueda de la vida digna y plena para todas las personas. De esta manera, hemos acompañado los juicios por delitos de lesa humanidad, en la búsqueda de procesos justos, que traigan paz y justicia, alejándonos de toda posición revanchista o vengativa.
Cada 24 de Marzo traemos a la memoria una realidad a la que no queremos volver: la disolución de la democracia, el avasallamiento de derechos, la falta de justicia, la desaparición de personas, la apropiación de bebés y la impunidad. Debemos recordar nuestro pasado para no volver a cometer los mismos errores, bregando por una sociedad madura que pueda ser protagonista de un mundo mejor, donde fluya como agua el derecho y la justicia como arroyo (Amós 5:24).


Maximiliano A. Heusser
Pastor

martes, 22 de noviembre de 2016

Predicación

27° Domingo de Pentecostés | Cristo Rey – 20 de Noviembre de 2016

Leer: Jeremías 23:1-6 – Colosenses 1:11-20 – Lucas 23:33-43

¿Qué Cristo es rey?

Este Domingo es llamado por la tradición de la Iglesia, Domingo de Cristo Rey. Nuestros hermanos católicos romanos, nos dicen al respecto que “la fiesta de Cristo Rey fue establecida por la Iglesia en la época del ocaso de las monarquías con objeto de apoyar a las monarquías y aristocracias, interesadas por la pervivencia del Ancien Régime, y para oponerse a los nacientes regímenes republicanos, que representaban los intereses del pueblo, de los pobres, del liberalismo y de la naciente democracia”[1].
Más allá de este origen un tanto cuestionable, es interesante que los textos nos hablen de un rey no muy convencional. A lo largo de los textos del Evangelio de Lucas que hemos abordado este año, hemos podido ver cómo Jesús ejerce su reinado. Comienza su ministerio luego del bautismo de Juan (Lc 4:1ss) enfrentando las tentaciones del diablo. Donde una de ellas es justamente postrarse delante de él para obtener el poder y la gloria de todos los reinos de la tierra. Jesús no cae en esta ni en ninguna tentación. Él ejerce su reinado no como los demás reyes, sino rodeado de pobres, pecadores, mujeres, enfermos, de marginados culturales, sociales, políticos, morales y religiosos. No se rodea de ricos y sabios de los que “valdría la pena rodearse”, sino que se rodea de aquellos con quienes “no vale la pena rodearse”.

Jesús, el anti-rey:
Jesús es una especie de anti-rey. Porque hace lo que supuestamente no debería hacer. Elige colaboradores rudos y toscos, que no siguen las costumbres religiosas que otros judíos respetaban (Lc 6:1ss). Llama al seguimiento a pecadores y traidores a quienes nadie quería, como Leví (Lc 5:27ss). Conversa en más de una oportunidad con mujeres en ausencia de sus maridos, padres o hermanos, permitiendo, incluso, que muchas de ellas sean sus seguidoras (Lc 10:38ss). Se enfrenta abiertamente con escribas y fariseos, lo que motiva que lo acosen busquen excusas para ir contra él (Lc 11:37ss). Habla de los ricos y de la necesidad de no hacerse los ciegos ante la necesidad de los demás, asumiendo responsablemente el cuidado de quienes menos posibilidades tienen (Lc 16:19ss). Jesús es una especie de anti-rey. O en otras palabras, el modelo acabado y perfecto de quien trae a nosotros el Reino de Dios.
Este mundo, representado por los poderosos y por los garantes del orden y la normalidad, acusa, detiene, tortura con saña, y crucifica a quien anuncia un reino distinto. Un reino de Paz que se consigue sin la fuerza y la violencia, un reino de Justicia con equidad, un reino de Verdad sin lugar para la mentira y el engaño, un reino de Amor sin condiciones, un reino de Gracia disponible para toda persona que quiera recibirla.
Los poderosos y los garantes del orden y la normalidad son, también, quienes se burlan de Jesús crucificado (Lc 23:35-40). Son los gobernantes, que han podido concretar su plan para deshacerse de Jesús, quienes se burlan de él. Son los soldados romanos, último escalón del imperio, quienes también se burlan de Jesús. Finalmente, también se burla de él, uno de los malhechores. Este no es poderoso, no es garante del orden y la normalidad. Sin embargo, en su ceguera piensa de la misma manera que quienes lo han colgado también a él en una cruz para darle muerte.
El otro malhechor es el único que parece entender que Jesús es distinto y que no merece lo que le está sucediendo. Este malhechor, admite merecer la condena que le han impuesto a él y a su compañero. Algo debe haber escuchado del mensaje de Jesús para decir lo que dice. Algo le deben haber contado, para que aún estando delante de Jesús crucificado, le pida que lo recuerde cuando venga en su Reino (Lc 23:42).
Otra vez, quien se acerca a Jesús es alguien con quien sería mejor no tener contacto alguno. Sin embargo, Jesús le anuncia sin vueltas: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23:43).
Las preguntas que nos tenemos que hacer a la luz de este pasaje del Evangelio, nos deben hacer pensar en los poderes de nuestro mundo, de nuestra sociedad.

¿Qué tipo de poder ejercen los poderosos de nuestros tiempos?
El pastor Luterano Daniel Erlander (EE.UU), sostiene que los seres humanos tenemos una tendencia a ver y a recrear el poder en forma piramidal del tipo faraónico[2]. Arriba ubicamos al faraón, en el siguiente piso ubicamos a la familia real; en el tercer lugar ubicamos sus funcionarios y otros personajes importantes, como las fuerzas de seguridad; en el cuarto lugar encontramos los ciudadanos comunes, granjeros, comerciantes, artesanos, etc.; para encontrar en el último lugar sólo los esclavos y las esclavas.
Este sistema piramidal de poder se sigue ejerciendo en la actualidad. Un sistema de poder que se basa en la opresión del otro, de la otra, para sostener el poder. Un sistema de poder que se ha trasladado a todos los ámbitos en los que nos desempeñamos: al ámbito político, en donde algunos venderían cualquier cosa y ensuciarían a cualquiera para llegar más lejos; También ha llegado al ámbito empresarial, donde algunas personas sólo ven números y variables numéricas, sin advertir que hablan de personas, familias y pueblos enteros; Ha llegado también al ámbito laboral, donde algunos pisan, maltratan y explotan a sus empleados y empleadas para obtener mayores ganancias amenazándolos con dejarlos en la calle; Lamentablemente ha llegado también al ámbito hogareño, donde mayormente los varones ejercemos poder relegando a las mujeres a un lugar inferior, siempre a nuestro servicio, robándoles muchas veces, hasta la vida; Finalmente, este sistema de poder ha llegado a nuestras propias iglesias, en las que muchas veces queremos ejercer el poder de la misma manera…
Este sistema de poder es el que el diablo le ofreció a Jesús al comienzo de su ministerio. Este es el modelo de poder anti-cristiano, que oprime, daña, limita la vida, deshumaniza, y destruye la creación. Este es el modelo de poder al que no nos debemos acostumbrar y que debemos combatir desde nuestras propias realidades.

Un malhechor que no puede ver:
Es muy interesante que el malhechor que insulta a Jesús, sea seguramente víctima del sistema por el cual su pueblo ha sido conquistado por una potencia extranjera que le ha robado mediante los altos impuestos, sus tierras, sus casas, y hasta sus propias familias. Sin embargo, este hombre, quiere que Jesús ejerza el mismo poder que a él lo arruinó. Quiere que Jesús caiga en la otra tentación que el diablo le propuso en el desierto: “Escrito está: a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden” (Lc 4:10). Por eso dice: Sálvate a ti mismo y a nosotros”.

Un malhechor que ve:
El otro malhechor es quien siendo víctima también del sistema opresor dominante, se anima a ver en Jesús crucificado, alguien distinto. Logra ver en Él, quizás por lo que ha escuchado o visto anteriormente, la posibilidad de vivir en mundo que tenga otro sistema. Un mundo en el que no haya que oprimir para ser o estar mejor. Un mundo en el que los poderosos no se sirven de la gente, sino que la sirven. Un mundo donde las cosas no se consiguen por la fuerza y la violencia, sino con respeto y fraternidad.
Finalmente, debemos advertir que Jesús se identifica hasta el último momento de su vida y ministerio con aquellos que son oprimidos y marginados por quienes detentan el poder real. Esa es la coherencia de Jesús y la coherencia del Evangelio que anuncia y que llega a nosotros y nosotras en este día.
¿Con qué poder nos vamos a identificar? ¿Se habrá filtrado el sistema de poder opresor en nuestras vidas, en nuestras relaciones? ¿Me voy a identificar con las víctimas actuales del sistema dominante? ¿O me voy a identificar con los opresores sin poder ver más allá, como el primer malhechor?
Quiera Dios que tengamos los ojos bien abiertos y podamos ver en el crucificado al Hijo de Dios, quien trae a la humanidad Su Reino. Que podamos tener los ojos bien abiertos para identificar a quienes son víctimas del sistema de poder actual, y que podamos anunciarles por palabra y por acción una realidad diferente. Que el Espíritu de Dios nos ayude y nos ilumine, Amén.

Oración:
Amado Dios nuestro, te reconocemos como soberano de tu Iglesia y también de nuestras vidas. Ayúdanos mediante tu Espíritu Santo, a que podamos ver que en Cristo reinas también desde la cruz, en la que te identificas con quienes luchan, con quienes padecen dolores, con quienes sufren injusticias. Que podamos tener presente también, que en esa cruz hay salvación disponible para todas las personas que quieran vivir una vida distinta y mejor. Te lo pedimos en el nombre de Cristo Jesús, quien vive y reina contigo, Amén.


P. Maximiliano A. Heusser



[2] Daniel Erlander “Maná y misericordia”, material sin editar, p. 4 

martes, 20 de septiembre de 2016

Predicación

18° Domingo de Pentecostés – 18 de Septiembre del 2016  

Leer: Jeremías 8:18 – 9:1  -  1 Timoteo 2:1-7  -  Lucas 16:1-13

El texto del Evangelio de hoy es la evidencia de que la Biblia –como afirma el P. Leonardo Félix- “no funciona como recetario de cocina, tampoco como manual de instrucciones para ver qué hacer cuando los papeles se queman o cuando ya probamos todo lo demás”. El texto bíblico puede ser bastante más complejo y amerita, la mayoría de las veces, mucho estudio y reflexión.
Debemos decir que el pasaje está compuesto por la parábola que cuenta Jesús (16:1-8), el cierre y primera “enseñanza” dada por el amo (16:8), una segunda “enseñanza” dada por el mismo Jesús (16:9), y unos comentarios finales también de Jesús, que parecen haber sido agregados aquí por la mano redaccional debido a la cercanía temática (16:10-12).
Repasemos brevemente entre todos este pasaje, ¿Qué nos llama la atención?
Lo primero que nos suele llamar la atención y que complica este texto es que el mayordomo malo sea alabado por el amo, cuando en realidad esperaríamos que le recrimine su accionar. ¿Será que Dios quiere que seamos malos e injustos? ¿Será que Jesús fomenta la malversación de fondos? Seguro que no, porque iría en contra de todo lo que ha venido predicando acerca del Reino de Dios a lo largo de su ministerio.
Los personajes que intervienen en esta parábola son tres: el amo, el mayordomo injusto y los deudores del amo. Hemos dicho más de una vez que la riqueza de una parábola radica en la posibilidad de pensarla y aplicarla desde los diferentes personajes. Esto multiplica su contenido y profundiza su alcance. En esta oportunidad, les invito a que reflexionemos ubicándonos siempre en el lugar del mayordomo. Esto no quita que cada uno, cada una, luego haga el ejercicio  reflexivo desde otro personaje. Bien, como el tema es la mayordomía, vamos a encararlo desde tres ópticas diferentes:

1. La mayordomía en la creación:
Desde esta óptica, rápidamente podemos advertir que nuestro Dios Creador es el amo. No es simplemente el dueño de todo, sino que es el creativo e inventor de todo cuanto existe. Hay un valor agregado en esta idea, porque Dios no es como un amo que compra cosas que otros hacen. Dios hace cada cosa, cada planta, cada animal, cada mineral, cada paisaje, cada ecosistema, diseña los procesos químicos, físicos, biológicos, de todo lo que existe. Ahora, Dios confía todos y cada uno de sus bienes para que los administremos con cuidado y responsabilidad. Es decir, que al ser humano le cabe la tarea de preservar el patrimonio del Dios Creador, y en todo caso, colaborar para que ese patrimonio se acreciente. Esto es lo que deberíamos hacer quienes quisiéramos ejercer una mayordomía responsable de la Creación. Pero, al Dios Creador le han contado que somos mayordomos malos e injustos, que derrochamos sus bienes, que desmontamos grandes superficies de tierra, que dejamos correr el agua sin razón, que utilizamos productos contaminantes sin ni siquiera ruborizarnos, que el aire ya no es 100% puro, que destruimos los suelos y llenamos todo de cemento. Y además, el Dios Creador se ha enterado que lucramos a costa de su patrimonio buscando nuestro propio beneficio. Y Dios dice: “¿Qué es esto que me dicen de vos? Rendime cuentas porque ya no vas a ser mi mayordomo, mi mayordoma”. Dios nos quiere echar.
Y aquí, el mayordomo actúa con astucia y sagacidad. El mayordomo es quien hace de intermediario entre el amo (con sus bienes) y la gente (sus deudores). Entonces, el mayordomo se transforma es un estratega y comienza a ayudar y a beneficiar a las demás personas con los bienes de su amo, pero especialmente con su propia ganancia sobre esos bienes (los historiadores del mundo bíblico afirman que los mayordomos normalmente no recibían un jornal, sino que vivían de un porcentaje sobre la ganancia que conseguían a sus amos). Este mayordomo astuto pierde su ganancia personal administrando la creación en su sólo y propio beneficio, para beneficiar a los otros, quienes lo rodean y conseguir así, que los otros –al estar mejor y verse beneficiados/as- eventualmente lo reciban en sus casas. Ha sido un mal mayordomo que no ha cuidado los bienes de su amo y que ha vivido aprovechándose de sus semejantes para estar mejor. Pero ahora, por temor, comienza a hacer bien las cosas, y termina siendo alabado por su amor.
¿Qué clase de mayordomos y mayordomas hemos sido, somos y queremos ser de la Creación? Porque Dios nos está pidiendo cuentas.

2. La mayordomía de nuestros bienes:
En la mirada anterior, pensamos especialmente en la creación y en todo lo que Dios hizo y que nosotros y nosotras podemos disfrutar. Desde la óptica de la mayordomía de nuestros bienes, tenemos que señalar que Dios es quien nos da todo cuanto poseemos. Es decir, Dios nos da todo lo que podemos disfrutar. Nuestra formación y todo lo que aprendemos en el camino de nuestra vida es un bien que nosotros disfrutamos. También Dios nos ha prestado, o nos ha dejado administrar, bienes materiales: casa, ropa, auto, muebles, electrodomésticos, herramientas, bajilla, libros, instrumentos musicales, etc. En esta óptica debemos advertir que todo lo que tenemos y creemos poseer no nos pertenece, sino que Dios nos lo ha dejado administrar. Que es muy distinto a que nos pertenezca.
En esta óptica, a Dios también le vienen a contar que no estamos siendo administradores justos ni administradoras justas. Y Dios nos viene a pedir explicaciones. Y nos pregunta acerca de lo que venimos ganando en nuestro propio beneficio, a costa –en gran medida- de que otros no puedan disfrutar ni tener las mismas oportunidades y cosas que Dios nos ha dejado administrar. Una vez más, nosotros y nosotras, funcionamos como intermediarios entre el amo y los deudores, entre Dios y las demás personas. Y en esa intermediación que llevamos adelante, nos quedamos con más de lo que nos pertenece. Nos enriquecemos y nos beneficiamos a costa de las demás personas.
Pero el mayordomo injusto, por temor a quedarse en la calle, sin poder administrar nada, cambia de actitud. Pone de lado su propio enriquecimiento a costa de los demás, para ganarse su simpatía. Esta actitud es alabada en la parábola, por el amo.
Juan Wesley tiene un sermón titulado “El uso del dinero”[1] y allí afirma:
“…en el presente estado de la humanidad, el dinero es un obsequio excelente de Dios para satisfacer los fines más nobles. En las manos de sus hijos, representa comida para el hambriento, agua para el sediento y vestidura para el desnudo. Provee dónde reclinar la cabeza al viajero y al extranjero. Por él podemos ofrecer a una viuda sustento como el de un esposo, o apoyo como de un padre a quien no lo tiene. Podemos ser defensa al oprimido, un medio de salud al enfermo o alivio a quien sufre dolor. El dinero puede ser ojos al ciego o pies al cojo. Si, puede alzar de las puertas de la muerte”.
¿Qué clase de mayordomos y mayordomas hemos sido, somos y queremos ser todos los bienes que Dios nos ha dado? Porque Dios nos está pidiendo cuentas.

3. La mayordomía de la gracia y el amor de Dios:
Finalmente les propongo una tercera óptica desde la cual acercarnos a esta parábola: La mayordomía de la gracia y el amor de Dios. El amo es nuestro Dios. Él nos ha dejado administrar sus bienes mayores: su gracia y amor para toda la humanidad, es prácticamente un tesoro. Y también le llegan comentarios a sus oídos de que no estamos siendo ni administradoras ni administradores justos. Y Dios nos pide que le demos cuenta de nuestra mayordomía.
¿Por qué propongo esta óptica? Porque los pasajes del Evangelio de los Domingos anteriores, daban cuenta de lo que Jesús tenía que decir a raíz de los comentarios de escribas y fariseos respecto del tipo de personas que se acercaban a Jesús y con las cuales él –además- elegía comer.
Desde esta óptica, tenemos que advertir que los cristianos y cada uno de nosotros y nosotras somos administradores de la gracia y el amor de Dios. ¡No es poca cosa, es muchísimo! Démonos cuenta que Dios ha elegido evidenciar su gracia y amor por toda la humanidad a través nuestro. Es decir, que si fallamos en nuestra mayordomía, la humanidad puede no percibir la gracia y el amor de Dios.
El mayordomo injusto de la parábola se beneficiaba a costa de los demás, y por ende, los demás debían afrontar costos muchísimos mayores. Esto también puede sucedernos. Podemos disfrutar del amor y la gracia de Dios, pero hacerle difícil a otras personas, acceder a ese amor y a esa gracia. Podemos disfrutar del amor y la gracia de Dios, pero ponerle cincuenta condiciones a las personas que quieran recibir algo de ese amor y gracia divina. ¿Qué costos tendrán que pagar las personas para recibir el amor y la gracia de Dios que pretendemos seguir administrando? ¿Hasta cuándo vamos a disfrutar alegremente de la gracia y el amor de Dios a costa de que otros y otras –que no nos simpatizan ni entendemos tanto- no puedan llegar a disfrutarla? Dios va a venirnos cuentas…
¿Qué clase de mayordomos y mayordomas hemos sido, somos y queremos ser del amor y la gracia de Dios? Porque Dios nos está pidiendo cuentas.

P. Maximiliano A. Heusser

Córdoba, Argentina.







[1] Juan Wesley “El uso del dinero” en: Wesley, Juan  Obras Completas, tomo III. Ed. Wesley´s heritage foundation. Miami 1996

miércoles, 27 de julio de 2016

Mensaje

10° Domingo de Pentecostés – 24 de Julio del 2016

Leer: Oseas 1:2-10 – Colosenses 2:6-15 - Lucas 11:1-13

Hoy vamos a reflexionar sobre la oración y lo vamos a hacer, desde esta oración que Jesús enseñó a sus discípulos, cuando uno de ellos le pidió que les enseñara a orar, como Juan (el bautizador) lo había hecho en su momento.
Lo primero que vamos a señalar antes de entrar en la oración en sí, es lo que dicen los estudiosos del griego respecto de la afirmación de Jesús: “cuando oren, digan” (11:2). Estos sostienen que se utiliza la voz pasiva. En griego la voz activa es la del que realiza una acción, la voz pasiva es la que se utiliza cuando alguien o algo recibe una acción. Pero la voz media tiene que ver como una acción que se realiza para uno mismo. De manera, que el Padrenuetsro que Jesús enseña debe ser de bendición para quienes lo decimos.
Ahora sí, entremos en cada una de las frases de esta oración:
Padre nuestro que estás en los cielos: Aquí es sumamente novedoso que Jesús les proponga utilizar la palabra “padre”. El pueblo judío estaba acostumbrado a utilizar –como nosotros también- expresiones rimbombantes para referirse a Dios: Jehová de los ejércitos, Dios altísimo, Omnipotente Señor, Rey de Reyes, Soberano, etc. Jesús, prefiere utilizar el término “padre”, donde Dios ya no es pensado sólo en los cielos, sino que es traído al ámbito de la propia familia. El padre es quien probé a la familia, es quien protege, es una figura cercana. De esta manera, Dios no sólo está en los cielos, lejos nuestro, sino que está cerca, como un padre, incluso en nuestra cotidianeidad. 
También tenemos que llamar la atención sobre la palabra “nuestro”. Dios no es un Padre sólo para algunos y algunas, es Dios de toda la humanidad. Toda la humanidad tiene un mismo Padre, Dios. Haga lo que haga, viva como viva, piense como piense, Dios es el Padre de toda la humanidad que Él creó.
Santificado sea tu nombre: Santificar el nombre de Dios no tiene sólo que ver con reconocer la santidad de Dios -que la tiene, porque es perfecto- sino que tiene que ver también con santificar a Dios con nuestra propia vida. Es decir, que nuestra vida refleje la santidad del Dios nuestro. Santificamos el nombre de Dios con nuestras palabras, gestos y acciones en todos los lugares y caminos que recorremos a diario.
Venga tu Reino: Cuando decimos esta frase estamos reconociendo que vivimos en un mundo que puede y tiene que ser diferente. Es decir, reconocemos que las formas en las que nos hemos organizado como sociedad, nuestras relaciones interpersonales, familiares, entre pueblos y grupos distintos y con la naturaleza toda, puede y tiene que ser diferente. Entendemos así, que hay otro mundo posible (como afirmó el Foro Social Mundial en Porto Alegre, Brasil en el 2001). Y ese otro mundo es el mundo de Dios, el mundo que Dios quiere instalar en medio nuestro. El mundo de Dios es un mundo de amor y verdad, de justicia y equidad, de paz y esperanza.
Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra: Aquí, en primer lugar, no tenemos que caer en la trampa de pensar que Dios sólo está en los cielos, como ya hemos afirmado. En segundo lugar, llamamos la atención sobre la imagen que nos podemos hacer de esta frase: una especie de Dios déspota que tiene “zumbando” a todos los ángeles de acá para allá y todos lo obedecen respondiendo “si, Señor”. En muchas oportunidades nosotros y nosotras queremos que Dios funcione en la tierra como en esa imagen del cielo. Queremos que haga su voluntad a como dé lugar. En este sentido, pensamos en las guerras, en quienes mueren de hambre, en la contaminación del agua, en cuestiones generales, aunque muchas veces, también, en cuestiones personales como una enfermedad grave, una muerte prematura, etc. En estos casos queremos que Dios haga sí o sí su voluntad y que nosotros no podamos siquiera intervenir. Sin embargo, en otros tantos casos, cuando Dios quiere hacer algo según su voluntad en nuestra propia vida, empezamos a hablar del Dios de amor, del Dios que no obliga a nadie, de la respetuosidad de nuestro Dios, al que terminamos convirtiendo en una especie de John Lenon, con “amor y paz”. Estas son nuestras contradicciones, nuestra falta de criterio y de ecuanimidad a la hora de pensar a Dios.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy: Como dijimos al comienzo de la oración con el “padre nuestro”, ahora decimos lo mismo respecto del pan. El pan que le pedimos a Dios en nuestro. No es de una persona particular. Es un pan para todos y todas. Es un pan que debe alcanzar a toda la humanidad. Un dirigente católico reflexionaba en estos días sobre lo asombroso que le parecía en este texto, que el pan nuestro estaba ligado al Dios nuestro. No es que algunos merecen tener y pan y otros no, todo el mundo debe poder tener su pan, porque es la voluntad de Dios. Por otro lado, en esta frase también se hace evidente la confianza que debemos tener en Dios. No se le pide el pan para el mes o el año entero, como pediríamos nosotros. Se le pide el pan para el día, y mañana habrá que volver a pedir. Cada día clamo al Dios que se que busca proveerme.
Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben: Hemos entendido muchas veces -y a modo de confesión personal, he enseñado en más de una oportunidad- que Dios nos perdona como nosotros y nosotras perdonamos a los demás. En esta idea pareciera que el perdón de Dios será una recompensa por nuestro perdón. De alguna manera, pareciera haber un grado de intercambio. Es decir, como yo perdono tanto, Dios me perdonará tanto. El peligro de esta interpretación es perdonar sólo porque se quiere obtener el perdón de Dios. Ese no sería un perdón auténtico, sino un perdón interesado. Es más, en esta idea el perdón de Dios se debe limitar a nuestra capacidad de perdón.
Considero que Dios nos ama y nos perdona siempre, y en todo caso, nuestro perdón debe ser la consecuencia del amor y el perdón de Dios por nosotros. No al contrario. En la cruz vemos y se hace evidente el amor y el perdón de Dios por nosotros y nosotras.
Y no nos metas en tentación: ¿Cuál será esta tentación? Quizás se trata de las mismas tentaciones que sufrió Jesús al comienzo de su ministerio, luego de que fuera bautizado por Juan el bautizador. La tentación de usar su poder para él mismo, en beneficio propio, egoístamente. Le debemos pedir a Dios que nos libre de esta tentación, la tentación de mirarnos el ombligo sin siquiera poder ver a quienes nos rodean. La tentación de usar todas nuestras habilidades, poderes y conocimientos en beneficio propio, sin pensar nunca en el otro, en la otra, en sus necesidades, sus angustias, su dolor.
Mas líbranos del mal: Esta expresión de la oración que enseña Jesús a sus discípulos, pareciera darnos la idea de que el mal nos quiere atrapar y el Padre es quien nos debe librar. Se hace evidente que el mal no es algo lejano y distante, sino algo que está muy cerca nuestro. Tan cerca que puede aparecer en nuestras relaciones laborales, en nuestras familias o, incluso,  en nuestra iglesia. Utilizando la misma palabra tenemos que decir, aunque suene feo, que cuando el mal nos atrapa terminamos siendo de maldición para otros y otras. Ese es el peligro. Por eso le pedimos a Dios que nos libre del mal, ese mal que opera en medio nuestro, al que a veces le damos permiso.
Para ir terminando, quiero referirme brevemente a los tres verbos que Jesús utiliza en su reflexión acerca del amigo o el padre que responde al pedido de su amigo o su hijo respectivamente. Jesús dice: pidan, busquen y llamen (a la puerta). Es muy interesante que sólo el primer verbo es fácilmente relacionable con la oración: pedir. Es lo que hacemos la mayoría de las veces. Sin embargo los otros dos verbos, buscar y llamar, hacen referencia a acciones que no son fácilmente aplicables a la oración. Sino todo lo contrario, a nuestro accionar en la vida diaria. De alguna manera, es interesante rescatar que la oración debe ir acompañada de la acción. No alcanza con sólo orar. Por ejemplo, no alcanza pedir a Dios que cada uno tenga pan. Debo involucrarme para que otros puedan tener pan, quizás buscando quienes me ayuden a conseguir pan para esos otros, quizás llamando a puertas para cambiar la realidad de aquellos y aquellas que no pueden tener pan.

Quiera Dios que cada vez que pronunciemos esta oración lo hagamos sabiendo y recordando lo que implica. Y que nuestra oración sea honesta y verdadera. Sea oración acompañada de la acción. Que el Señor nos bendiga, Amén. 

P. Maximiliano A. Heusser
Córdoba, Argentina. 

martes, 21 de junio de 2016

Predicación

P. Maximiliano A. Heusser
5° Domingo de Pentecostés – 19 de Junio del 2016

Leer: 1 Reyes 19:1-4, 8-15a – Gálatas 3:23-29 – Lucas 8:26-39

¿Qué nos llama la atención de este pasaje del Evangelio? ¿Qué nos asombra? En nuestro pasaje de Lucas, vemos claramente que Jesús cumple lo que dijo que vino a hacer a la tierra (Lc 4:18-19). El ministerio de Jesús inaugura el Reino de Dios trayendo a nosotros y nosotras sanidad, liberación y vida plena.
Hemos hecho referencia muchas veces a las enfermedades en el tiempo bíblico advirtiendo lo que se pensaba sobre ellas. Por un lado se relacionaba la enfermedad con el pecado. Se trataba de esta manera, de un castigo de Dios por el pecado propio o por el pecado de los padres o abuelos. Por otro lado, muchas enfermedades eran adjudicadas a la posesión de demonios. De esta manera, los enfermos eran considerados pecadores o hijos/as de pecadores, o simplemente endemoniados. En nuestro pasaje el enfermo es considerado endemoniado. Vale decir, que en muchos casos, las personas enfermas o endemoniadas eran echadas de la ciudad, teniendo que vivir fuera de ellas, con las dificultades y necesidades que esto implicaba. El caso más visible era el de los leprosos, quienes vivían en los márgenes de las ciudades y debían llevar una especie de cencerro colgado que hiciera ruido, para que las demás personas no se acercaran a ellos.
El endemoniado de nuestro pasaje vivía en los sepulcros o en el desierto. Tal era su situación, que muchas veces lo encadenaban y éste rompía las cadenas y se escapaba al desierto. Apenas Jesús llega a esta tierra de los gadarenos (en la rivera opuesta a Galilea), tierra de gentiles, le sale al encuentro este hombre. Está desnudo y los espíritus que lo dominan reconocen a Jesús como el Hijo del Dios Altísimo, y le piden que no los atormente. Lucas nos aclara que dicen esto porque Jesús les ordenaba que se fueran de este hombre. Jesús le pregunta cómo se llama y éste responde: “legión”. Esta palabra no es un nombre de propio sino que se refiere a un grupo de entre 4000 a 6000 soldados romanos. No sólo podríamos interpretar que el gadareno tiene “miles de espíritus malignos”, sino que también podríamos ver aquí una relación entre los espíritus malignos y el poder del Imperio manifestado en una legión de soldados romanos. Como afirma el teólogo Joel Morales Cruz: “ese poder opresor [romano] es conectado con la presencia demoníaca. Jesús tiene autoridad para librar al hombre de los demonios y los manda a entrar a los cerdos”. (1) En estos dos sentidos, podemos afirmar que Dios tiene poder sobre cualquier demonio. De la misma manera, podemos afirmar que Dios, en Jesús, se opone contra todo imperio que quiera someter y aprovecharse de otros pueblos. Y esto no por una cuestión ideológica, sino porque relaciona la opresión de los pueblos y las personas, con la acción del mal en medio de la humanidad.
Otro aspecto que debemos señalar es la actitud de la gente del lugar. El endemoniado en sanado y se lo puede ver vestido y en su juicio cabal. Pero la gente no está contenta ni están organizando los festejos para su conciudadano curado. La gente tiene miedo. Resulta muy interesante esta cuestión. Cualquiera diría que es más fácil tenerle miedo a un endemoniado que rompe las cadenas con las que se lo ata y vive en los sepulcros que tenerle miedo a un muchacho sano y a quien lo sanó. Algunos autores creen que por haber terminado los demonios en los cerdos y éstos ahogados en el lago, la gente tuvo miedo. Otros autores, sin embargo, nos ayudan a pensar en un sentido mucho más profundo. El endemoniado era “el endemoniado del pueblo”. Toda sociedad tiende a establecer algunos parámetros que sirven para organizar la vida de la misma. De esta manera, la mayoría de las personas cumplen estos parámetros y los que no lo pueden hacer son expulsados de la misma. Dejan de estar insertos en la sociedad para ocupar un lugar en el margen. Como el caso ya mencionado de los leprosos. En este sentido, toda sociedad se complace (aunque sea inconscientemente) en tener estos marginados. Porque de alguna manera, los problemas, lo malo, el pecado, los demonios y las enfermedades, las tienen quienes están en ese margen, y no quienes forman parte plenamente de la sociedad. Lo que sucede en nuestro relato del Evangelio, es que al quedar el endemoniado restaurado en su vida la gente se llena de temor. Y el temor surge porque ya no pueden mirar la anormalidad del endemoniado, ni su enfermedad, ni su locura. Y esto hace que se tengan que mirar unos a otros, y la enfermedad, los demonios, y el pecado, ahora puede estar en ellos, en ellas.
Cuando los que están en los márgenes logran entrar en la sociedad, la sociedad tiene temor, porque ahora todos podemos ser señalados, todos podemos estar enfermos, todos podemos tener algún demonio, todos podemos ser pecadores y pecadoras.
Hoy debemos poder hacer el ejercicio de distinguir el poder del Imperio que trae opresión, angustia y sometimiento y a quienes están al servicio de ese poder. Hoy ya no están los romanos y ya no están sus legiones para imponerse. Sin embargo, sigue habiendo quienes proponen someternos a un sistema económico financiero mundial dominado por el capital financiero, donde las decisiones se tomen en función de las ganancias (del capital) y no de las personas y de las vidas humanas. Sigue habiendo quienes pretenden imponer un sistema que privilegie el dinero por sobre la vida. Esto se hace evidente cuando los funcionarios se hacen inexplicablemente ricos por gobernar, supuestamente, para el pueblo que defienden. De la misma manera que se hace evidente, cuando un ministro le pide perdón a los capitales, como si fueran personas perjudicadas, humanizando el dinero y deshumanizando la vida.
Jesús proclamó el Reino de Dios predicando la vida plena para todas las personas y toda la creación. Por ende, el dinero debe estar al servicio de la humanidad y la creación y no al revés. Eso sería dejarse dominar por las fuerzas del pecado y del mal.

Pero también nos toca a nosotros y nosotras hacer el ejercicio de distinguir cuáles son las personas y los grupos que hacen de “nuestros endemoniados”. Cuáles son aquellas personas que necesitamos ver en los márgenes, señalándoles sus demonios, sus enfermedades y sus supuestos pecados, para sentirnos mas buenos, más morales y más cercanos a Dios.
A modo de ejemplo, quiero mencionar que el fin de semana pasado un joven norteamericano entró en un Club nocturno en Orlando, Florida (EE.UU.), frecuentado por latinos en su mayoría gays y lesbianas, y comenzó a disparar. Como resultado de este acto de horror, 48 personas murieron y cerca de 53 resultaron heridas. Gracias a Dios, nuestra Iglesia expresó mediante una carta de nuestro Obispo, “la certeza de que Dios considera a todos como sus hijos, más allá de su condición social, étnica, económica o sexual, y nos llama a trabajar por el cuidado de todas las personas”.
Quiero terminar con una breve reflexión al respecto que compartí por otros medios esta semana:

La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra

“Entonces Jehová preguntó a Caín: -¿Dónde está Abel, tu hermano? y él respondió: -No sé.
¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”. Génesis 4:9
La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Quizás pensamos que estamos muy lejos, que esto no pasa ni en nuestro país ni en nuestras ciudades. Pero nos equivocamos, pasa muy cerca nuestro, más de lo que estamos dispuestos/as a asumir.  
La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Dios nos pregunta  como a Caín: “¿Dónde están? ¿Qué les pasó?”. Y nosotros contestamos resueltamente: “no lo sabemos, debe haber sido un loco suelto el que los mató”. No nos hacemos cargo del odio, la estigmatización y la discriminación que tantas veces crece en nuestras iglesias y comunidades de fe.  
La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Y nosotros queremos ponernos a distinguir si eran cristianos, musulmanes, judíos o ateos… o peor, dentro del cristianismo comenzamos a hacer la distinción entre hijos y criaturas de Dios. Distinción que pareciera justificar para algunos/as,  que haya vidas con distinto grado de dignidad.  
La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Clama a Dios, pidiéndole que quienes le adoran sean más como Él y menos como son. Para que cuando hablen de amor al prójimo lo vivan de verdad y para que cuando hablen de misericordia y compasión puedan practicarlas y no se queden sólo en palabras.  
La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Esa sangre derramada injustamente nos debe hacer pensar si nuestras comunidades y grupos son lugares donde todas las personas pueden estar y sentirse cómodos/as. O si son comunidades y grupos que luego de decir “bienvenido/a”, realizan comentarios en voz baja por haber entrado una persona de la mano con otra del mismo sexo.   
La sangre de cincuenta muertos clama desde la tierra. Debemos dar respuestas y no debemos quedarnos solo en buenas intenciones. Debemos darnos cuenta que lo que hacemos o lo que no estamos haciendo trae muerte, dolor y espanto. Y el Reino de justicia, amor, verdad y paz en vez de estar cada vez más cerca, se aleja un poco más cada día.  
Quiera Dios que su Espíritu de amor y compasión hecho carne en Jesús, nos movilice y aliente a ser agentes de transformación y cambio en la verdadera búsqueda del Reino de Dios en medio nuestro.    


(1) Joel Morales Cruz, Profesor Adjunto de Teología, Lutheran School of Theology at Chicago - Chicago, Ill. (https://www.workingpreacher.org/preaching.aspx?commentary_id=1702).

martes, 31 de mayo de 2016

Predicación

2° Domingo de Pentecostés – 29 de Mayo del 2016

Leer: 1 Reyes 18:20-21, 30-39 – Gálatas 1:1-12 – Lucas 7:1-10

A partir de este domingo transitaremos sin interrupciones el Evangelio de Lucas hasta finalizar el año litúrgico el tercer domingo del mes de Noviembre. El pasaje que acabamos de leer o escuchar, se encuentra inmediatamente después del llamado “sermón del llano”.
Jesús entra en Capernaúm, la ciudad más grande de Galilea, y allí se nos dice que el siervo (literalmente: esclavo) de un centurión estaba gravemente enfermo, a punto de morir. Un centurión era un soldado romano al mando de un grupo de entre 80 y 100 soldados romanos. La responsabilidad del centurión pasaba por garantizar la “pax romana” y el cobro de los impuestos para Roma. Podía estar al servicio directamente del emperador o al servicio del Tetrarca de Galilea. De nuestro relato, llama mucho la atención el aprecio o cariño que siente el centurión hacia su esclavo. Algunos autores, como Néstor Míguez, afirman que algunos esclavos eran tan eficientes en el cumplimiento de sus labores, que sus amos se acostumbraban mucho a su forma de servirles, no queriendo reemplazarlos nunca. Esta posibilidad explica, de alguna manera, la preocupación y el aprecio del centurión por su esclavo enfermo.
Este centurión escucha hablar de Jesús, seguramente al entrar a la ciudad, y le envía a los ancianos de los judíos para que le pidan que sane a su esclavo (aquí Lucas utiliza la palabra pais en lugar de doulus, que podría ser traducida como siervo o criado). Estos ancianos de los judíos son los dirigentes de la sinagoga de Capernaúm. Lucas nos aclara el por qué de la actitud diligente de estos dirigentes judíos: ellos le dicen a Jesús que el centurión ama la nación y les edificó una sinagoga (Lc 7:5). Este centurión romano, representante y ejecutor de la opresión del Imperio sobre el pueblo judío, supo posicionarse hábilmente como benefactor al construirles una sinagoga. Este “regalo” del centurión implica tácitamente en la comprensión imperial la contrapartida de favores de parte de quienes han sido los acreedores del “regalo” (cualquier similitud con la realidad no es pura coincidencia). Por esto los dirigentes judíos, que han criticado por lo menos dos veces a Jesús en el capítulo 6 por realizar acciones sanadoras o que rompen las costumbres y leyes, ahora le piden a Jesús que le conceda el pedido a un gentil (extranjero) e incluso que vaya a su propia casa quedando impuro, según la tradición. Dicho en otras palabras, cuando se trata de quedar bien y de no perder ningún privilegio, no les importa ni la tradición, ni la ley ni la vida de ninguna de las personas que los rodean.
Algunos autores creen que el centurión podría llegar a ser un prosélito o estar en camino de serlo. Los prosélitos eran los extranjeros que reconocían a Yahvé como Dios, convirtiéndose al judaísmo y siendo incorporados al pueblo de Dios. Aunque es una posibilidad no hay mención de esto en el relato que nos trae Lucas. Diferente es el caso del centurión Cornelio en Hechos 10, quien por el contrario es descripto como un varón “piadoso y temeroso de Dios” (Hch 10:2).
Jesús accede al pedido del centurión realizado por los dirigentes judíos y se dirige hacia su casa. Pero cuando faltaba poco para llegar, el centurión envía otro grupo de personas a hablarle. En este caso no son dirigentes judíos, sino que se trata de sus amigos. Es decir, otros romanos gentiles! Estos le explican a Jesús que el centurión no se considera digno de recibir a Jesús en su casa, pero que sabe, que si Jesús dice la palabra (ordena que se sane) el siervo será sanado. El centurión justifica esto con la “cadena de mando”. Las personas que tienen poder mandan a sus subalternos y estos deben obedecer, porque quienes les mandan son quienes tienen la autoridad. De alguna manera, el centurión confía en que Jesús puede sanar a su esclavo, sin ser necesario estar de cuerpo presente. Si Jesús lo ordena, y realmente tiene poder sanador, su esclavo será sanado. Jesús responde admirado, que ni aún en Israel ha hallado tanta fe. Esta afirmación de Jesús puede ser entendida dentro de las señales de universalidad del mensaje y ministerio de Jesús. De alguna manera, Lucas (el evangelista) tiene en este relato el antecedente para el relato de Cornelio (Hch 10), en donde el Espíritu Santo se derrama con poder sobre los extranjeros presentes en su casa. En nuestro pasaje el milagro lo pide el centurión pero es para otra persona, su esclavo. En el pasaje de Hechos, el milagro del Espíritu Santo lo reciben los extranjeros.
Los principales judíos de la sinagoga merecerían un capítulo aparte. Como hemos dicho, han criticado a Jesús varias veces por no respetar las costumbres y las leyes judías. En un caso sanó a un hombre de una mano seca en la sinagoga en sábado, y la otra, permitió que sus discípulos cosecharan y comieran trigo en sábado. Suficiente para ponerse a pensar qué podrían hacer contra él (Lc 6:11). Sin embargo, cuando el centurión (sea el benefactor que pide su contraparte o sea un prosélito) pide que le hablen a Jesús para que sane a su esclavo, lo hacen sin chistar y sin decir una palabra. ¿Con qué cara habrán ido delante de Jesús? Si tenían algo de vergüenza, deberían haber desaparecido después de ir a ver a Jesús. Este grupo de principales de los judíos de la sinagoga, son ejemplo de lo que debemos evitar. No sólo es un grupo religioso equivocado en su comprensión de las escrituras (como Jesús lo evidenció muchas veces), sino que para no perder sus lugares de seguridad y privilegio, no sólo “borran con el codo lo que escriben con la mano”, sino que se transforman en personajes funcionales al poder opresor romano. Por esto debemos evitar estancarnos en nuestra lectura e interpretación de la Biblia. Utilizo premeditadamente la palabra “estancarnos”, porque en lo estancado no hay vida posible ni bendición para nadie. Debemos tener apertura a quienes piensan diferente, a quienes son diferentes a nosotros y nosotras, para poder enriquecer nuestra mirada, nuestra reflexión y nuestra vida misma.
Jesús es el que siempre nos sorprende. Un grupo abiertamente opositor que está buscando la manera de deshacerse de él viene a pedirle algo, y Jesús accede a su pedido dirigiéndose a casa del centurión. ¿Quiénes de nosotros, cuando viene a pedirnos algo alguien que está en nuestra contra “con el caballo cansado” lo escuchamos atentamente y le concedemos su pedido? ¿Quiénes estamos siquiera dispuestos/as a aceptar algún pedido de quienes piensan distinto de nosotros y nosotras? Pero, además, Jesús accede a ir a la casa de un centurión romano para curar a un esclavo (seguramente extranjero también), quedando impuro por esta acción. Si el centurión no era prosélito, ni siquiera creía en Yahvé… y Jesús los escucha con atención, va de todas formas y concede a la distancia la sanación del esclavo.
En el accionar de Jesús se hace carne el amor de Dios por toda la humanidad. Un amor que llega, incluso, hasta aquellos que no creen en Dios. Un amor que supera sectarismos, supera entendimientos mezquinos, supera comprensiones estancadas y anquilosadas, para llevar vida y vida en abundancia.
El desafío para nosotros y nosotras, cristianos del siglo XXI, es dejar que el Dios de amor manifestado en Jesús, también se pueda manifestar a través nuestro. Un Dios que no deja a nadie afuera, que no excluye, que no hace a un lado, sino que busca alcanzar a todos y todas, llevando vida plena.
El accionar de Jesús pone en evidencia que no cae en las contradicciones humanas que todos tenemos y en las que solemos caer. El accionar de Jesús pone en evidencia que Dios no hace acepción de personas bajo ningún aspecto.
Si queremos imitar a Jesús y queremos que el Dios de amor se revele en medio nuestro, deberemos ser personas y una comunidad inclusiva, amorosa y receptiva para todas las personas. Para esto no nos debe importar la raza de nadie, ni el origen étnico, o la posición económico-social, ni la orientación sexual, ni el género, o los estudios alcanzados, ni ninguna otra cosa.
Si queremos imitar a Jesús, tampoco tendremos que decir que aceptamos a todas estas personas sólo si cumplen una serie de requisitos. Eso no sería Evangelio (Buena Noticia). Jesús no le hizo un listado de requisitos ni a los principales judíos de la sinagoga (que querían deshacerse de Él), ni al centurión, ni al esclavo enfermo. Jesús puso en marcha el amor de Dios que llega para todas las personas, sean como sean, dando vida en abundancia.

Quiera Dios que haya en nosotros esa manera de pensar, esa forma de vivir, ese entendimiento, ese sentir que hubo también en Cristo Jesús, Amén. 
P. Maximiliano A. Heusser
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